jueves, 26 de septiembre de 2019

D'Hondt y el hexapartidismo: por qué la división es suicida

Pues nada, ya tenemos elecciones y parece que por primera vez desde la transición tenemos nada menos que seis partidos nacionales con posibilidades de obtener un número razonable de escaños. Para intentar entender cómo funciona d'Hondt en nuestro sistema electoral (con circunscripciones pequeñas) se me ha ocurrido replicar lo ocurrido en las anteriores elecciones, pero simulando que Podemos se ha dividido en dos. La simulación recorre todo el espectro, desde que Más País (el partido de Errejón) le quita a Podemos un 1% del voto hasta que le quita el 100%. En esta simulación sólo se divide el voto de Podemos, y se deja constante el de los demás.
Es un ejercicio matemático para evaluar cómo se comporta d'Hondt como función en nuestro sistema electoral. No es ningún intento de ver qué ocurrirá en noviembre, puesto que van a cambiar muchas cosas: probablemente la movilización del voto no será tan alta, Más País se presentará con socios que en las anteriores elecciones han ido de la mano de Podemos, el nuevo partido puede movilizar abstencionistas, etc. Repito, es un ejercicio matemático para mostrar cómo d'Hondt es demasiado disfuncional en nuestro sistema electoral, y que creo que habría que ir pensando en sistemas que se acercaran más a la proporcionalidad por un lado, y a favorecer la gobernabilidad por otro.
Lo que hubiera ocurrido en España en las primeras elecciones de 2019 si todo el mundo hubiera votado lo mismo, pero los votantes de Podemos hubieran tenido que elegir entre dos partidos (Podemos y Más País) y dos líderes (Pablo Iglesias e Íñigo Errejón) es lo siguiente:



Vemos que ya con una pérdida del 5% de los votos Podemos se hubiera dejado cinco escaños, e incluso antes de que Más País pudiera obtener un solo escaño (con el 19% de los votos de Podemos hubiera obtenido dos), el partido de Iglesias se hubiera dejado nada menos que once diputados. Con una división algo mayor del voto, alrededor de una proporción 25/75 hasta un 45/55, el desastre hubiera sido absoluto: Podemos habría pasado a ser quinta fuerza por debajo de VOX y, lo que es peor (para ellos, claro), la suma de ambos partidos hubiera perdido hasta 22 escaños (la línea negra de puntos en el gráfico). Por los caprichos de d'Hondt en nuestro sistema, si la división fuera alrededor de 50/50, la pérdida sería de "sólo" de 14 escaños. La penalización de la división es superior incluso al 50% de los escaños (que se lo pregunten al PP desde la aparición de C's y VOX).
Lo que es evidente es que el sistema favorece a los grandes partidos o, en su defecto, a las grandes coaliciones. Como apreciación personal, no me parece mal que el sistema favorezca a aquellos políticos que sean capaces de negociar, ceder, convencer, superar roces, etc. Lo que es evidente es que ir desunidos a las elecciones pensando en coaligarse después no suele compensar, porque se parte de alrededor de un 20% menos de escaños, que en algunos casos puede llegar al 50%.
Pero, ¿a quién van los escaños que habrían perdido Podemos y Más País? Pues podría decirse que  se los reparten entre todos. Para una proporción 45/55 (da igual cuál hubiera sacado más votos), la suma Podemos+Más País se hubiera quedado en 24 escaños, y los 18 perdidos se los hubieran repartido de la siguiente forma: cuatro al PSOE, tres al PP, cuatro a C's, tres a VOX y cuatro a los partidos regionales. Como ya se vio en las anteriores elecciones (aunque he visto muy pocos análisis sobre el tema), uno de los efectos secundarios de la fragmentación de los partidos nacionales es el repunte en escaños de los partidos regionales.
El nuevo escenario, por supuesto, no parece que hubiera cambiado las opciones de Pedro Sánchez para gobernar, puesto que PSOE+Podemos+Más País hubiera sumado 151 escaños (sumaron 165), mientras que PP+C's+VOX hubieran sumado 157 (sumaron 147). Es decir, el centro-derecha hubiera sido el bloque mayoritario, aunque no creo que ninguno hubiera sido capaz de sumar con los partidos regionales. Pero, ¿quién sabe? Una mayor debilidad quizás habría favorecido que todos estuvieran más predispuestos a negociar, en vez de enviarnos otra vez al día de la marmota.

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